OCTUBRE / 2022
Hacía tiempo que no realizaba uno de mis viajes fuera de temporada abocados al fracaso de esos que tantos he hecho. Esos viajes que en ocasiones son más enriquecedores que los triunfales y también mucho más duros. En este caso la muerte anunciada se convirtió en un trabajo de prospección para un viaje futuro donde completar el recorrido, pero también en un viaje divertido donde los pasamos muy bien, alucinamos con el lugar y sacamos mil conclusiones acerca de cómo conseguir, en un futuro, el objetivo. Pero como decía Jack el Destripador, vayamos por partes y veamos qué habíamos venido a hacer a Islandia y en qué consistía todo aquel despliegue de bicis, barcos y remos que llevábamos con nosotros.
Durante el verano del 2022 tuvo lugar en la costa sur de Islandia un viaje muy original realizado por un grupo de americanos entre los cuales se encuentra el gurú de bikerafting Steve Doom Fassbinder y otras super estrellas de rock como Chris Buckard. Sobre la pista de ese viaje me puso doctor Mijares rastreador de grandes aventuras. Chris y sus compinches recorrieron la costa sur de Islandia en bici ayudándose de sus packrafts para cruzar los múltiples ríos, lagunas y bahías que se suceden. El lugar, que conozco de refilón, es increíble y las fotos reflejaban un aventurón difícil de imaginar: cientos de kilómetros de arena negra, ballenas varadas, barcos naufragados y faros perdidos donde resguardarse. También se podían ver cruces de ríos de terror, lluvia a caudales, viento mortal y una arena y un barro por los que no se veía fácil pedalear. El plan molaba, pero como siempre no teníamos tiempo o, el que teníamos, era fuera de temporada.
Pero allá que fuimos Javi y yo. Javi el Negro es compañero guía de montaña en la base antártica donde trabajo y su visión de la aventura cuando le narré las posibilidades de éxito encajó con lo que yo pensaba: Si lo conseguimos bien y si nos tenemos que pasar los diez días en el bar bebiendo cerveza pues bien también. Esas palabras me tocaron la patata, era el compañero ideal, y demostró serlo en un viaje tan extraño.
Enseguida nos dimos cuenta de nuestras limitaciones. Octubre es el mes más lluvioso del año en Islandia que, de por sí, es un país donde llueve una barbaridad. Además, hizo viento, aunque no demasiado frío. Nuestra capacidad de avance era baja para completar el viaje, así como otras dificultades técnicas que nos encontramos. Al final no terminamos los siete días en el bar, no por falta de ganas sino porque no había ninguno abierto. En vez de eso luchamos muy dignamente para hacer incursiones más cortas de lo deseado en las oscuras playas, pero igualmente intensas e interesantes.
El tipo de actividad no se parece a nada de lo que habíamos hecho anteriormente: pedalear por una estrecha e interminable barra de arena oscura, repleta de barcos naufragados y huesos de animales, con un mar rompiente con fuerza a un lado y una somera laguna de agua dulce al otro. Un paisaje irreal. A veces pedaleábamos con el traje estanco puesto sudando más que una puta en misa y otras empujábamos la bici caminando con el agua por la rodilla o incluso por la cintura. Un viaje duro, donde en ocasiones cada kilómetro era una lucha, pero al mismo tiempo un aprendizaje para regresar en un futuro y rematar la faena.
A los siete días de pedaleo llegamos a un núcleo habitado. Decidimos poner fin ahí al viaje.
Esa misma noche hubo un temporal de viento y cortaron las carreteras. Hicimos bien porque si no hubiésemos terminado el viaje en nuestra tienda convertida en globo. Con las carreteras cerradas pasamos las ultimas dos noches en un albergue comiendo arenques con mostaza y bebiendo la triste cerveza sin graduación de los supermercados. Si los vikingos levantaran la cabeza..