SEPTIEMBRE / 2013
Hace horas que he llegado a casa desde que salí de un aeropuerto en Alta, Noruega, hace un par de días. Volví a juntarme con José Mijares a quien no veía desde hace demasiado tiempo.
Pretendíamos llegar hasta las fuentes del río más largo de la Laponia noruega, también el más remoto y salvaje, el río Karasjokka. La idea era navegarlo desde su origen, en el Parque Nacional Ovre Anarjokka, hasta su llegada a Karasjok, en total unos 160 kilómetros. Ha sido un viaje original y, al menos para nosotros, bastante innovador puesto que probábamos una serie de artilugios nuevos. Nuestro planteamiento hacía posible el viaje sólo de manera ligera y con una embarcación especial, liviana, fácilmente transportable y que te permitiese cargarla a la espalda sin problemas. Ahí entraba en acción nuestra nueva arma secreta: el packraft. Convencer a José de que ampliase su parque móvil, cuarto de los juguetes o armada invencible, no fue difícil y poco tardó en adquirir uno de estos pequeños botes hinchables. Pero la combinación era difícil. Un tercer compañero con dificultades para remar se unió al grupo y claro, a los colegas no se les deja tirados. Aunque tenga cuatro patas, pese 53 kilos y coma casi un kilo de bolas marrones al día.
Aterricé en Laponia la noche del 4 de septiembre. El aire era fresco y húmedo y José y Lonchas vinieron a buscarme. Al día siguiente preparábamos las provisiones en Kaotokeino y por la tarde emprendimos el camino hacia el parque Nacional de Over Anarjokka donde el río Karasjok nace. Durante tres días de caminata y cruces esporádicos de lagos arribamos a las fuentes y comenzamos su descenso. Ya escribiré un artículo sobre el viaje así que no me extenderé en los detalles. Solo contaros que nuestra estimación de diez días para el viaje fue demasiado optimista y tuvimos que correr para no quedarnos sin comida y para no perder mi vuelo que veía peligrar.
Corrimos y paleamos como si nos persiguieran. Como forajidos. Hasta trece horas al día de porteos, rápidos, caídas al agua y remadas viento a favor y en contra. Todas las mañanas el mismo ritual: con el termómetro rondando los cinco grados sobre cero nos vestíamos con nuestras ropas completamente caladas, desde los calzoncillos hasta las botas, pasando por chaqueta, pantalones etc. Un ejercicio de estoicismo cotidiano envuelto en el humo de una exigua fogata mañanera. Lonchas nos miraba recogido en el calor de su pelo con cara de extrañeza. Luego nos echábamos al agua a remar. Lonchas a veces acompañaba a José y otras corría por la orilla. Sin duda es el que más ha disfrutado en esta aventura puesto que no ha dado un palo al agua (literal).
Por las noches hacíamos fuego e intentábamos entrar en calor con una exigua cena racionada en previsión. Para minimizar peso decidimos no cargar con una tienda y dormíamos bajo un toldo sujeto a nuestros bastones. Desde el saco pudimos ver cómo alguna aurora boreal coloreaba el cielo oscuro antes de caer rendidos en el único momento cálido y seco del día.
Siete días después de llegar a las fuentes del río entramos en Karasjok al mismo tiempo que un hidroavión a punto estuvo de aterrizar sobre nosotros. Calados y entumecidos caminamos por las calles de la capital sami arrastrando nuestras embarcaciones. La noche caía sobre Laponia mientras nosotros entrábamos en el hotel del pueblo con su chimenea, su fogata, y sus pieles de reno en las paredes de madera.