bikerafting-sur-islandia
AGOSTO / 2022
Mira que me ha costado dar la vuelta a esta isla, y eso que es pequeña. Creo que ha sido al tercer o cuarto intento. Si he tardado tanto ha sido básicamente por un motivo: el miedo, o por dos: el miedo y la inexperiencia.
Apenas salgo a remar en Cirilo, mi kayak de mar. Y cuando lo hago siempre es solo. Ya me gustaría tener algún colega que se me sumase a mis proyectos de viaje pero la realidad es que mis amigos están en la montaña, no en el mar. Pero vamos, que cuando voy casi todos los años a Formentera a veranear con la familia me aburro como una ostra tumbado en la playa e intento aprovechar para salir a remar por las mañanas pues el resto del día o te achicharras, o te da un ataque de angustia de la cantidad de gente o te arruinas si se te ocurre irte a tomar un menú al chiringuito.
Así que me despierto antes de que salga el sol, preparo a Cirilo y me lanzo al mar como quien va a cruzar el Atlántico. Este año la emoción se ampliaba al incorporar un nuevo elemento marino más: la pesca. Fui a una de esas tiendas que me encantan: efectos marinos, estaba a la entrada del puerto y le pregunté a la paisana por lo básico para pescar al curricán desde el kayak. Me miró raro y me vendió un sedal con una cucharilla y un plomete. El sistema para pescar lo tuve que idear luego yo porque los vídeos de youtube de cómo pescar al curricán desde un kayak eran demasiado profesional e incluían elementos que yo no tenía.
Formentera desde el mar al amanecer es otra isla. Incluso en agosto. No hay turistas. Ves imágenes que el resto del verano ni te imaginas. Caballos galopando en una playa. Kilómetros de arena vacíos. Barcas de pescadores y ningún bañista. Los días que salí a navegar con Cirilo fueron de lo mejor del verano. Paleaba con el sol suave y echaba mi curri mientras navegaba bajo los acantilados de la isla o frente a sus suaves arenales. Curiosamente pescaba, sobretodo caballas que luego cocinaba en casa, al volver, en escabeche mientras bebía clarete y me quedaba sobado con ese sopor que da la combinación de vino, ejercicio y sol sobre la cabeza. Placer de verano.
Mis grandes miedos eran, y siguen siendo, los cabos de la Mola y de Barberia. El de Barberia ya lo había doblado el año anterior pero el de la Mola permanecía virgen para mi a la espera de un día propicio para un principiante como yo: un día de viento nulo y oleaje prácticamente similar, cosa que en ese lugar no es fácil. Recorrer los acantilados de la Mola en soledad al amanecer es un espectáculo. Hay pequeñísimas calas donde quedan refugios de pescadores, una de ellas, Cala Codolar, servía como acceso, ahora inutilizado, hasta el faro desde la costa; el único abrigo presente en todos los kilómetros abiertos al mar.
El día que doblé el cabo, suena a gran hazaña pero estamos hablando de algo muy de andar por casa, iba con mi sedal echado mientras paleaba con decisión. La mañana era perfecta, pero al aproximarme al faro observé que el viento más allá soplaba y tendría que aplicarme para doblarlo. Efectivamente al doblar la punta, con el faro encima, sopló fuerte y remé con fuerza mientras las olas en su rebote hacían cosas raras en Cirilo. Y en ese momento fue cuando noté un fuerte tirón del sedal y me di cuenta de que había pescado. Ahora no por favor. Seguí remando sin hacer ningún amago de cobrar la presa hasta salir un poco a resguardo pues se intuía que el bailongo duraría solo lo que se tarda en doblar el faro. Efectivamente cuando la cosa se calmó casi del todo recogí el sedal poco a poco para darme cuenta que había pescado un atún bastante grande, tanto que era incapaz de subirlo a bordo. En el momento en que estuvo casi fuera dio un coletazo y se escapó aguas abajo dejando en su camino unos reflejos plateados. Yo casi me alegré porque no tenía ni idea de qué hacer con semejante bicho a la hora de subirlo a Cirilo. Luego continué hacia Es Caló pero ante de llegar me di un baño, desnudo y satisfecho, en sa cala. Desde ahí, rumbo a Cala en Basté todo fue disfrutar y sacar unas caballitas más. En una horita larga más estaría comiéndome el escabeche tranquilamente en casa. El resto de la vuelta a la isla transcurrió sin grandes hazañas ni sustos. Con baños en calas sin turistas y tranquilas pescas mañaneras.