08

abr. 2014

Arena en los calzones. Un viaje por el Oeste. El río Colorado, segunda parte.

MI PACKRAFT A LA ORILLA DEL COLORADO

La historia del descenso y exploración del río Colorado es fascinante. Ha dado para rellenar páginas y páginas de libros y muchos son los hombres y mujeres que participaron en ella. Por encima de todos encontramos una figura, el primero en navegarlo en su totalidad incluidos los rápidos de sus cañones más profundos. Se trata de John Wesley Powell. Este era un hombre bajito, enjuto, con una gran barba blanca y manco tras perder un brazo en la guerra civil en la batalla de Shiloh. Hace poco leí una descripción que decía era igual a un trozo de jerky. El jerky es una especie de cecina, hecha de carne seca que se vende en tiras y que los cowboys mastican mientras cabalgan entre tabaco y escupitajo. Una tira de cecina. Llevó a cabo una serie de expediciones entre los años que van del 1869 al 1872 y que recogió en un libro como si de una sola se tratara: The Exploration of the Colorado River and its canyons. En él narra toda la exploración del río Colorado. Fueron varios botes y muchos hombres, algunos de los cuales abandonaron y otros tres fueron asesinados. Víctimas, según cuentan, de los indios Paiutes. En uno de sus viajes se llevó a un pintor. He visto las imágenes de aquellos días: barcas de madera recorriendo grandes olas de espuma blanca y sobre ellas un rostro bíblico de larga barba en pie señalando hacia delante y manteniendo la compostura mientras sus peones reman  y otras barcas naufragan. Podría ser la portada de Moby Dick. Había  observado estos dibujos muchas veces y me parecían exagerados, un poco cómicos. Hasta que vi los rápidos del Colorado de cerca. Los dibujos no eran alegorías de Melville, eran el reflejo de un río enfurecido que se abre paso con violencia metro a metro en las entrañas de un cañón de dimensiones surrealistas, en un entorno salvajemente retirado de la población más cercana, recorrido con un material de hace ciento cincuenta años y una buena dosis de valor. Un grupo de gente dividido en tres barcos y capitaneados por un hombre manco, seco como la cecina y recio como las minúsculas plantas que crecen, milímetro a milímetro, en el altiplano del  Colorado.

Pero yo no remé esas aguas, blancas, estruendosas e infernales. Yo pasé dos días sobre un río verde, frío y calmo. El mismo que remó John Wesley Powell días antes de internarse en las profundidades del gran Cañón. Más solo que la Luna recorrí unas millas y acampé una noche oscura como el petróleo en las arenas de su orilla. Las truchas saltaban por doquier y antes de hacerse de noche una nutria de agua dulce me asustó cuando me dirigía a tierra  a acampar. Y aves, muchas aves. Garzas, halcones, patos, un águila y muchas otras desconocidas me acompañaron en el descenso. Terminé el viaje donde lo había comenzado el día anterior, antes de que una barca a motor me dirigiese río arriba unos veinticinco kilómetros; en Lee´s Ferry, ese lugar histórico al que Powell llegó cerca del cual desemboca el río Paria. Terreno de leyenda, tiroteos, polígamos, mesías, mulas, indios, jerky, rápidos, barcas, coyotes, paredes rojas de arenisca y arena, mucha arena.