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Categoría: Paginas en blanco 2014

Ha llegado la hora de cerrar la base. Dejarla descansar un invierno más. Que se vuelva a hundir en la noche de un invierno frío y solitario hasta que desembarquemos de nuevo. No creo que nadie pase por ahí hasta la próxima campaña. La base se prepara para la invernada. Se sellan las puertas para que la ventisca no se cuele por sus rendijas.

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Llevo unos días soñando con ballenas. No suelo tener sueños recurrentes pero desde que he llegado aquí este se ha convertido en uno de ellos. Muchas son las noches en que aparecen en mi cabeza decenas de lomos oscuros y ligeramente plateados que emergen para respirar de un mar en calma y denso como el mercurio. Un gran grupo de ballenas apenas reconocibles por sus lomos azabache y sus pequeñas aletas. En la vida real es difícil ver algo más de uno de estos animales a no ser que se tenga la suerte de verlos saltar o de bucear junto a ellos. Hay algunas especies, como los cachalotes, que permanecen un rato inmóviles junto  a la superficie, y es posible aproximarse y contemplarlos desde el barco para poder apreciar su tamaño, casi irreal, a la sombra del buque. En mis sueños nada se aprecia, solo unos grandes lomos  que avanzan en mitad del mar.

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Hoy por fin, después de una semana, volvemos a tener agua.  Parece mentira pero en una base antártica también se congelan las tuberías. El último día que las cañerías funcionaban con alegría y el agua corría en ellas como un torrente en primavera rechacé la corta ducha que solemos darnos cada cierto tiempo. De eso hace ya algo más de una semana. Hice mal. Hasta esta tarde no podré lavarme, ni tampoco toda la ropa sucia que se amontona en un rincón de mi habitación.

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Más de uno ha definido el entorno polar como la combinación perfecta entre mar y montaña. En Isla Livingston los glaciares se derrumban en el mar azul creando barreras de hielo que caen a pico sobre el agua. A veces en algunas calas el hielo desciende lento y suave hacia la línea de mar como en Caleta Argentina o en Sally Rocks. En otros casos el glaciar, en su retiro, deja salientes de roca desnudos de hielo en forma de cabos, puntas o pequeñas penínsulas.

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Nuestro trabajo como guías de montaña en la Antártida a veces roza el surrealismo, como cuando tenemos que realizar misiones del tipo capturar elefantes marinos con una red para tomarles muestras. Cosas que no te enseñan en ninguna escuela de guías. Pero una parte bonita de la vida aquí es la cantidad de cosas que se pueden llegar a aprender de otras profesiones que, por necesidad, te puedes ver obligado realizar. Ello se debe a la cantidad de recursos que se deben desarrollar en un lugar donde uno está aislado y  ha de ser autosuficiente en muchos aspectos.

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Cuando era pequeño iba  a pintar con mi hermano a un estudio situado en el centro de Madrid. Nuestra profesora era especialista en encontrar tréboles de cuatro hojas. Nos contaba cómo iba al Parque del Retiro y rápidamente se hacía con numerosos tréboles de los buenos, de los que dan suerte.  Lo hacía gracias a su desarrollada capacidad de observación, fruto de pasar tantas horas trabajando con la mirada poseía una gran habilidad para encontrar objetos discordantes en un entorno concreto. Los elementos diferentes llamaban rápidamente su atención con solo un vistazo.

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Hay quien sube a una montaña para ver las vistas. Otros lo hacen simplemente por el placer de escalarla. Hay quien quiere batir records y se inventa cosas rarísimas para ser el primero. También hay personas que suben solo para bajarlas rápido, y en paracaídas. Aquí últimamente subimos a montañas para montar un aparato que parece recién salido de un cómic de los ochenta, o de la mente del Profesor Bacterio: con un condensador de fluzo en su base y una antena metálica colocada sobre un trípode. Es un equipo que pesa lo suyo y a veces subirlo hasta la cima no es fácil.

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Continuamos los trabajos en la base.  El grupo de montaña al que pertenezco pasa prácticamente todos los días trabajando en los glaciares que rodean nuestras instalaciones en Bahía sur. El glaciar Johnson y el Hurd son objeto de estudio desde prácticamente los inicios de la base, a finales de los años ochenta.  Uno de sus principales proyectos tiene monitorizado el glaciar para estudiar su dinámica con el paso de los años.

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Internet ha llegado a la base. Hasta ahora solo disponíamos de un servidor privado al que llegaban los correos vía satélite. Desde hace un par de días han instalado internet y el panorama ha cambiado rápidamente. Ahora tenemos wasapp en nuestros teléfonos y podemos trabajar por la base mientras mandamos un mensajillo a los amigos a miles de kilómetros de distancia. A la hora de la comida del primer día de la nueva era nadie hablaba con nadie. Todos agachaban la cabeza y tecleaban en sus teléfonos los cortos mensajes.  Las vías de comunicación cambian y la manera de hacerlo también. El avance de la tecnología es vertiginoso en cuestiones de comunicación, de ello te das cuenta en rincones alejados como este. Esta noche veré a mi familia vía Skype.

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 He pasado unos días trabajando en uno de mis lugares predilectos de las cercanías de la base: Sally Rocks. Una playa con nombre piratesco. La lengua de glaciar Hurd desciende suavemente hasta casi tocar el agua. Según nuestros datos en el año 1956 el mar lamía ligeramente el hielo, ahora dista unos centenares de metros de él. En ellos los grises cantos rodados se mezclan con zonas de barro y musgos.

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