05

mar. 2014

Páginas en blanco 15. Final.

Ha llegado la hora de cerrar la base. Dejarla descansar un invierno más. Que se vuelva a hundir en la noche de un invierno frío y solitario hasta que desembarquemos de nuevo. No creo que nadie pase por ahí hasta la próxima campaña. La base se prepara para la invernada. Se sellan las puertas para que la ventisca no se cuele por sus rendijas. Se prepara la maquinaria para resistir un invierno más de humedad, frío y desgaste. Se colocan palas en lo alto de los módulos con el fin de poder desenterrarlos a nuestra llegada en caso de que se sumerjan en la nieve durante los próximos meses. Se eliminan los residuos y se apagan los motores. La caleta sobre la que se levanta la base Juan Carlos I recupera su silencio interrumpido en el último mes y medio. Una campaña corta. Realizada con el fin de resistir otro año más de vacas flacas. Parca en proyectos, en científicos y en medios. Pero hemos resistido con la confianza de que el año que viene todo vuelva a la normalidad y las campañas recuperen su productividad de antaño. Si este año hemos bajado hasta este rincón perdido del planeta, un año con el presupuesto salvajemente recortado sin buques de apoyo y con poco personal, si este año lo hemos hecho, insisto, parece que los próximos es inevitable que continuemos haciéndolo. Aunque nunca se sabe.

Llegamos hasta Isla Livingston apoyados por la logística brasileña y chilena. Un avión Hércules del programa antártico brasileño transportó a parte del equipo y luego lo hizo el Ary Rongel, buque polar del mismo programa. A la otra parte del grupo nos desplazó el buque de la Armada chilena Aquiles, con su karaoke latino y sus cómodos camarotes. La vuelta la realizamos a bordo del rompehielos Almirante Oscar Viel de la Armada chilena y en un vuelo fletado por el programa antártico portugués. Apoyo desinteresado entre países, intercambio de favores o espíritu antártico. Se puede llamar de muchas maneras pero al final cumplimos el calendario en una campaña en la que al principio todo eran dudas e  incertidumbres. Y lo hicimos gracias al apoyo de otros países.

Con la invernada de la base se cierran también estas páginas en blanco. Como en años pasados mi intención ha sido la de  contar el transcurso de una campaña desde dentro, no desde el punto de vista del explorador polar o del científico estudioso, sino del de un currante. Contar cómo un grupo de personas normales acuden año tras año a un rincón del planeta donde vivir no es fácil. Una historia de personas corrientes que solo intentan trabajar y vivir tranquilos durante una temporada en un lugar hostil, al que llegan con sus penas y sus alegrías, separándose de sus familias durante largo tiempo y que intentan disfrutar al máximo del trabajo que realizan en un lugar donde, salir a dar un paseo, ducharse o ir al baño, puede ser de por si una aventura.

Este es el primer año que acudo a la campaña con un miembro más en la familia esperándome en casa. El día de mi despedida me miraba sin comprender nada y reía mientras a mí se me saltaban las lágrimas. Bendita inocencia de una recién nacida. Ahora escribo estas líneas preguntándome si me reconocerá cuando, dentro de unas horas, entre por la puerta de casa. La aventura se endurece con el paso de la vida. No ha sido un cambio fundamental para mi respecto al transcurso de la campaña, exceptuando que he echado de menos a una persona más. Pero una nueva puerta se ha abierto en mi percepción del lugar donde trabajo. Un nueva mirada. No sé si mi hija podrá ver los lugares que he visto. No sé si seguirán estando ahí cuando tenga la capacidad o el interés de viajar hasta la Antártida, si es que alguna vez lo tiene. No sé  cuánto hielo quedará, si seguirán criando pingüinos en los alrededores de la base  o si esta, además de acoger científicos se haya convertido en un hotel para privilegiados. Turismo, contaminación, intereses de otro tipo asolan la Antártida como cualquier otro lugar virgen y protegido. La mano del hombre es larga y el continente blanco es de momento, un santuario, quizás el único, intocado. Ahora no puedo evitar preguntarme qué verán los ojos de próximas generaciones. La página está en blanco y toca escribir sobre ella lo que queramos que ellos se encuentren.