10
feb. 2014
Hay quien sube a una montaña para ver las vistas. Otros lo hacen simplemente por el placer de escalarla. Hay quien quiere batir records y se inventa cosas rarísimas para ser el primero. También hay personas que suben solo para bajarlas rápido, y en paracaídas. Aquí últimamente subimos a montañas para montar un aparato que parece recién salido de un cómic de los ochenta, o de la mente del Profesor Bacterio: con un condensador de fluzo en su base y una antena metálica colocada sobre un trípode. Es un equipo que pesa lo suyo y a veces subirlo hasta la cima no es fácil.
Emite datos y se reciben en España. Es una modalidad de alpinismo rara. Escalada con cacharros, pero con cacharros de verdad. Como si hiciésemos un concurso a ver quién sube el parato más absurdo a una montaña. Hace años escalando en la Pedriza encontramos un microondas empotrado en la chimenea del Hueso. Podría haber ganado.
Aquí instalamos el aparato y esperamos durante una hora a que haga su trabajo, un trabajo invisible en el que el guía ha de depositar toda su fe en que está funcionando pues no hay señal que lo demuestre, al menos a ojos del que no entiende, es decir, el que escribe. Pero la ignorancia puede ser bella y subir a una montaña con esa finalidad intangible nos acerca a la esencia del montañismo: a escalar por que sí, a una cuestión de fe y ganas. Guías con material de última generación paseando objetos imposibles por las cimas de un continente de hielo, viento y nieve.