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abr. 2014

Arena en los calzones. Un viaje por el Oeste. Emparedado.

El viaje continúa. Ahora rumbo norte desde el altiplano del Colorado. Cuando los pioneros mormones se establecieron en la actual Salt Lake City y fundaron ahí su capital en el año 47 eligieron y marcaron el lugar para la construcción de su futuro templo. Un año después comenzaron las obras, terminadas en el 1893. Para su construcción emplearon roca de granito extraído de una cantera situada a las afueras de la ciudad. Traían los bloques con bueyes, arrastrando la pesada piedra desde más de treinta kilómetros.

La cantera estaba y está enclavada en un valle precioso. Un valle flanqueado por paredes de granito grisáceo que se elevan hacia el cielo. Un auténtico templo sin otro artífice que la acción del hielo, el agua y el viento. Ahora es una zona de escalada. De las mejores de los alrededores y entre mis preferidas. Los terrenos siguen siendo propiedad de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días (Mormones) pero en la mayor parte está permitido trepar por sus paredes.

De este lugar me despido con pena pues he pasado muchos buenos momentos escalando en sus paredes. Disfrutando de fisuras perfectas dibujadas sobre el blanco granito y viendo atardecer desde sus cimas. Aún no me he despedido del todo pero hace unos días escalé con Mikel unas de sus vías: un horror de chimenea tenebrosa con la roca descompuesta, The great chockstone la llaman. Lo hicimos al atardecer y los suaves rayos del fin del día acariciaban nuestras caras al salir de la oscuridad de la chimenea. Desde lo alto de la vía se observaba todo el valle, bajo el cual la ciudad de Salt Lake City se extendía perfectamente alineada con sus calles dispuestas a escuadra y cartabón. Al fondo, el templo mormón construido con las entrañas de la montaña elevaba su ángel del campanario hacia las alturas. Nosotros emprendíamos el descenso en silencio, acompañados por la tristeza de la despedida inminente.