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abr. 2012

Bares de Utah 1

“No esperes que nuestra camarera vaya a tu mesa, no se va a pasear por el bar como un payaso de rodeo”

Las camareras tienen más de sesenta años, pesan cientos de libras y son blancas como la leche. Parecen fantasmas obesos en la oscuridad del local. El Shooting Star Saloon es un bar mítico del condado de Weber. He leído que se trata del primer bar levantado en Utah y su construcción de madera oscura calafateada como un antiguo barco así lo atestigua. Las persianas están bajadas a plena luz del día para que el pecado no asome por las ventanas en este pequeño pueblo. El pueblo está desierto y en el Shooting la gente se agolpa, baila canciones de Johnny Cash y juega al billar. Todo ello en un espacio bastante reducido, donde según el cartel de la puerta caben 20 alces o 200 personas, que es lo mismo. Nos sentamos bajo la cabeza de Buck, un San Bernardo disecado que el día de su muerte pesaba 125 kilos. Buck es famoso en el valle, se oyen muchas historias de este perro más alto que la barra del bar. Su lengua cae seca y barnizada hasta rozar mi pelo mientras bebo Blue Moon y charlo con las camareras. Sus ojos de vidrio apuntan a un conejo también disecado con cuernos de cervatillo. Es el humor universal de los cazadores que visten a los conejos con traje de camuflaje y escopeta y los ponen erguidos y a la venta en las áreas de servicio de Ciudad Real. Por las paredes cuelgan carteles sobre el menú. Te dejan bien claro no pedir ensaladas ni cosas exóticas, sólo cerveza, hamburguesa y hamburguesa Star, que es igual que la otra pero con dos salchichas enormes encajadas entre la carne y sujetas con medio kilo de queso derretido. Las patatas fritas de bolsa acompañan todos los platos. El techo está tapizado de billetes de dólar con dedicatorias en rotulador. Hay un alce que vigila el salón. Es un alce enorme, desproporcionado, humungus. Sus ojos son como bolas negras de billar y cuando llevo muchas Blue Moon en el cuerpo me imagino que se cambian por los de un humano como el alce de Un cadáver a los postres. Al Shooting vienen vaqueros de todas partes del valle, con sus botas de punta y sus gorras. También acuden esquiadores después de la jornada, hacen foto al alce, al perro, al conejo con cuernos y al cartel que dice: “Si Dios nos hubiese hecho vegetarianos sería más divertido disparar a los brócolis” A mi me gustan los parroquianos que están siempre, con la tez blanca como la leche al no recibir rayo de sol acodados siempre en la barra. Sentados sobre banquetas que tiemblan amenazando con romperse, pues una alimentación hecha de hamburguesas y cerveza no hace cuerpo esbelto. Con la cara deformada por la consanguineidad de varias generaciones sin salir del rancho, sólo para ir al Shooting y encontrarse con quien es su hermana o su novia o a las dos cosas a la vez. Al Shootings suelo ir después de cada día de esquí y la últimas veces las camareras de oro habían sido cambiadas por un par de mujeronas dibujadas por Robert Crumb, con las fibras de sus camisetas sudorosas por no romperse y reventar liberando un par de melones de proporciones americanas -humungus breast-. Los parroquianos a modo de despedida se abrazan minutos y minutos a la camarera en señal de profundo afecto comprimiendo sus barrigas con la carne embutida de la tendera, preparada para alimentar a sus decenas de hijos en el crudo invierno utahno, o utehnse.