04
abr. 2012
En Utah la nieve vuelve a caer en lo que parece que serán las últimas nevadas de la temporada. Entre esquí y esquí voy terminando el resumen de mis últimos días en Byers. Ahora el recuerdo es un poco borroso, como si todo hubiese sucedido hace años o estuviese difuminado por la neblina de un sueño.
El campamento estaba a punto de ser cerrado y recibimos la visita de algunos miembros de la Armada. Me gusta mucho ver las caras de los marinos cuando se interesan por nuestras condiciones de vida en el campamento. Nos miran como si fuésemos náufragos a los que han rescatado. Yo siempre he agradecido el trato que nos han dado en sus visitas o al volver al barco después de tanto tiempo en el campamento. Una mañana incluso me llevaron un litro de zumo de naranja recién exprimido hasta la orilla. En tierra miran los iglús, hacen fotos al baño y a las tiendas, sin tocar nada, como si fuesen piezas de museo. Y luego algunos se hacen fotos con nosotros, como héroes o personas alejadas de la civilización. Yo pienso que lo duro es estar en la mar y además trabajando. Nosotros pisoteamos el suelo que, a diferencia del suyo, no se mueve. Y vivimos en un espacio tan ancho como la vista te permita alcanzar, delimitado sólo por el horizonte frente a nosotros y el cielo sobre nuestras cabezas.