12
nov. 2012
Muchos lugares a los que he viajado me han acabado sorprendiendo más por las personas que en ellos he encontrado que por el lugar en sí. En nuestro último viaje a Alaska hemos conocido a poca gente, pasamos semanas sin ver a nadie pero los personajes que nos hemos encontrado en el camino podrían llenar varias páginas, o capítulos, en un libro de aventuras.
Ayer recibí un correo de uno de ellos. Se llama L. y vive con su mujer en Fairbanks. L. tiene manos grandes y fuertes, manos de agarrar troncos, martillos y remos de canoa. Manos de construir su casa él solo y dedicarse a restaurar canoas después de haber navegado la mayor parte de los ríos salvajes de Alaska. Su contacto nos llegó cuando buscábamos un lugar para que nuestra maltrecha embaración descansase el invierno entero al acabar nuestro viaje.
Sólo conozco a alguien que tenga más de veinte canoas en su casa y no le importe una más, nos comentó otro amigo forjado durante nuestro viaje.
Y así nos encontramos con L en un bar de Fairbanks, dispuesto a enseñarnos su colección de canoas. Pero no solo eso, nos dio de comer y de beber, nos paseó por la ciudad y nos tocó el violín mientras disfrutábamos de una comida que nos preparó en su preciosa casa construida con troncos.
Estas son algunas de las fotos que Dani hizo de su colección. L restaura canoas antiguas, con algunas navega y otras descansan en su jardín. Poder contemplarlas es un homenaje a las cosas bien hechas. Un reflejo de lo que se puede hacer con sabiduría y con unas manos hábiles y poderosas por el simple placer de fabricar algo bello.