07
mar. 2012
Llegué a la base a principios de enero, cuando la nieve se retira y sale a la luz una tierra negra como la oscuridad más profunda. Una tierra estéril y húmeda azotada por el viento y mojada por la lluvia y el aire cargado de humedad y salitre. Sobre este yermo paraje se levantan los edificios futuristas de la nueva base cuyo rojo contrasta sobre el negro como la sangre de un toro en su piel oscura. Los nuevos edificios, aún en obras, sustituyen a los de la vieja instalación (1988) de la cual apenas quedan algunos módulos desplazados de su localización original. Ahora mismo la sensación en la base es la de vivir en medio de una obra en la que, de manera provisional, nos organizamos como podemos para sacar adelante otra campaña antes de la remodelación definitiva. Un conjunto de enormes naves terminadas por fuera pero vacías por dentro, reposan cerca de la orilla como gigantes dormidos y abandonados por una civilización anterior. En este gran complejo vivimos menos de veinte personas y nos movemos siempre dentro de los mismos módulos, buscando la escasa presencia humana en lo más remoto de nuestro planeta. Lejos de reflejar mucha actividad, mientras dura el proceso de remodelación, la base desarrolla una actividad científica mínima. Aún así el esfuerzo de mantener esta estructura habitable y funcional durante cuatro meses al año aunque sea para poca gente requiere del trabajo constante de los técnicos que ahí vivimos.
Como suele ocurrir en estas ocasiones a los pocos días de llegar se tiene la impresión de no haber abandonado el lugar desde el año pasado y las rutinas, horarios, trabajos y demás se asimilan con facilidad y se integran en el día a día como si uno siempre hubiese vivido en el mismo sitio. Con una radio en vez de teléfono móvil, abrigado y protegido del viento de manera constante y preocupado únicamente, como ya he dicho, de estar a la hora indicada en el comedor para ser alimentado. El trabajo principal por el que estamos en la base los guías de montaña es el apoyo al estudio de la dinámica de los glaciares cercanos a nuestra base (glaciares Johnson y Hurd). Los científicos que lo investigan llegarán a principios de febrero; por ello de momento permanecemos tranquilos y dedicamos nuestros días a organizar el material, ordenar los refugios donde se encuentran nuestras motos y preparar la llegada de los investigadores. De esta manera van pasando los días y las semanas, entre trabajos, reuniones, películas al calor de la noche y póker los sábados.