03
abr. 2013
Había leído acerca de Ibex en algún libro y también a través de Internet. Sobre su soledad y aislamiento. Sobre los cientos o miles de bloques de cuarcita que yacen sobre la tierra seca desde hace millones de años. Una zona para practicar el boulder más que grande. De ser explorada sería, según las guías, de un tamaño muy superior al de varias veces Hueco Tanks. Lo bueno, en parte, es que permanece desconocida e inexplorada. Durante tres días de curioseo por su desierto no encontramos ni un escalador, podría decir que no encontramos ni una persona, pero mentiría. El segundo día una sombra con rifle y sombrero zascandileaba entre los matojos y la tierra seca. Siguiendo rastros invisibles para arriba y para abajo y parándose a ventear el aire de vez en cuando. Oliendo fieras imposibles escondidas entre las rocas.
Ibex te recibe con un coche antiguo y herrumbroso cosido a tiros. Parece el coche de Bonnie and Clyde. Yace en mitad de la pista como caballo muerto y abandonado a la orilla del camino. No sé si los tiros se produjeron antes o después de su muerte. Ahora es un colador gigante del color del óxido repleto de casquillos. Tras cruzar un lago salado ahora seco, del que solo queda la blanca sal, se accede a lo que probablemente sea una de las zonas de boulder más grandes del planeta. El viento zumba con rabia y hay que buscar zonas resguardadas, entre altos bloques, para acampar y poder hacer un fuego con el que calentarse. Como toda zona de dimensiones enormes –hummungus- su terreno es inabarcable. Y la sensación que genera tras su visita es la de conocerlo aún menos que antes. La idea previa que uno tiene sobre el lugar se pierde en un desierto de sal, roca y viento. Se desdibuja como la imagen de algo concreto desde la distancia en un lugar caluroso y diáfano. Se convierte en espejismo, tembloroso e intangible. Demasiado grande.
Nos dedicamos a explorar tres de sus zonas principales. Las únicas sobre las que encontramos algo de información. La roca es excelente y mucho de sus problemas son de grados asequibles (V0-V3). Encontramos muchos bloques de tamaños enormes, aquellos donde la colchoneta y los compañeros juegan un papel simbólico. Donde tienes que elegir entre aplastar a tu colega o partirte los tobillos; cuando tuvimos el valor de enfrentarnos a estos problemas siempre elegimos la primera opción. Aquí los llaman high balls o tsunamis.
Así pasamos tres días. Recorriendo en cuatro por cuatro el lecho blanco de los lagos secos. Subiéndonos a piedras altas como casas. Bebiendo Jumilla y cerveza fuerte de las Wasatch frente al fuego. Con la compañía del viento y de un cielo azul como el de los días fríos de invierno en Madrid.
-Fotografías de Mikel García-