28
nov. 2012
En el desierto hay árboles mitad cactus mitad árbol con las ramas torcidas en ángulos rectos que se retuercen hacia el cielo. Tienen un poco de árbol loco, de árbol histérico, seguro que su salvia es droga potente, como la de algunos cactus que crecen en estos desiertos calurosos durante el día y heladores al caer la noche. Es el árbol de Joshua, que da nombre a un parque nacional cercano a Los Angeles. Sobre el plano se levantan retorciendo sus pinchudas ramas, todos de la misma altura, como si de una maqueta se tratase. Entre los árboles se elevan grandes monolitos de granito, diseminados por la extensión del desierto como repartidos por la mano de un semidiós. Es un laberinto de pasillos en sombra y planicies abrasadoras. Por sus paredes se escala. El granito es abrasivo como papel de lija y al final del día las yemas del escalador están peladas y en carne viva. No es lugar para escalar muchos días seguido: yo, al segundo podría haberme ido a casa con el rabo entre las piernas . En Joshua Tree hay coyotes que vagan por los campamentos a la luz de la luna llena. Y lo bueno es que también hay correcaminos. Que son más pequeños que en los dibujos animados (no son como un avestruz) pero son azulados y hacen el mismo ruido. Las vías son duras y el boulder alto como las vías de El Vellón, highball los llaman por aquí. Mi crashpad era pequeño como la piscina de un funambulista en el circo y al caer tenía que atinar.