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may. 2012

La última escalada

Hace diez meses escalé por primera vez en Utah. Era una mañana calurosa de principios de agosto y yo estaba recién llegado. Con el pelotazo de las ocho horas de cambio de horario que hay respecto a Madrid nos dirigimos al cañón que da acceso a la mítica estación de esquí de Alta: Little Cottonwood Canyon.  Paredes de suave granito blanco que los glaciares, en su lento retiro, han pulido suavemente, modelando un paisaje de murallas altas surcadas por fisuras perfectas y placas de adherencia. Recorridas por vías de diferentes longitudes que han sido el campo de entrenamiento de escaladores míticos de Utah como los hermanos Lowe. El lugar perfecto donde curtirse antes de dirigir sus melenas y sus furgonetas hacía las grandes paredes del valle de  Yosemite u otros lugares del mundo. Líneas y formas míticas y caprichosas como The Fin o The Thumb se han convertido en rutas clásicas accesibles en pocos minutos desde la carretera que lleva hasta Alta, a apenas media hora, o menos, de la capital de Utah, Salt Lake City.  Entre algunos de sus muros, cortados a golpe de barreno y trabajados por el incansable empeño de los misioneros mormones, se halla la cantera que emplearon los mismos para extraer la piedra necesaria a la hora de levantar el gran templo que preside la ciudad de Salt Lake City, algo así como el Vaticano mormón.

A los pocos días de llegar a Utah, Nico, mi nuevo amigo me llevó a escalar la recién abierta Steffler´s mom. Ahí tuve contacto con la calidad de sus fisuras y ahí conocí  a algunos de los típicos personajes que pueblan las paredes  del Oeste americano. Llamados vagabundos de la escalada  reparten su tiempo entre trabajos de temporada como pisteros o patrulleros y una vida errante por Estados Unidos buscando paredes donde escalar, sin residencia fija y viviendo el día a día al calor del fuego entre campamentos y furgonetas.

Diez meses después vuelvo de nuevo a este cañón. Acompañado de nuevo por un amigo americano, Chris Glomb. Decidimos repetir la conocida Hatchet Crack. Un gran largo de cerca de cuarenta metros que recorre un ancho diedro fisurado. Una manera bonita de cerrar el círculo que comenzó hace diez meses trepando en este mismo lugar. Con la mejor de las compañías y disfrutando de otro día caluroso y despejado, con un color cerúleo similar al que me encontraré seguramente en pocos días en Madrid; recorrido, de manera casual, por alguna nube despistada, bajo cuya sombra poder tomarse una cerveza, sin que esté prohibido y sin que sea pecado.