24
ene. 2014
Los rayos del atardecer golpean el casco del Aquiles de forma oblicua, marcando sus contornos y delineando las aristas y el perfil de un barco de guerra enorme de formas cuadradas y rectas. Desde lejos los buques de guerra me recuerdan siempre a las maquetas de mi infancia. Las que hacía mi hermano eran complejas y requerían de gran paciencia y trabajo. El Aquiles sería una maqueta hecha por mi. Con pocas piezas y más bien basta. Ángulos rectos y formas simples. Se trata de un buque de más de cien metros de eslora destinado al transporte de tropas. Es cómodo y amplio. Navega más rápido de lo que estamos acostumbrados y en sus salones cuenta con un bar, un karaoke y una sauna, entre otras cosas imagino más importantes. En la Antártida y en sus aguas no está permitida la presencia de armamento militar, yo quiero pensar que han sustituido el polvorín por el bar, y los misiles por el cargamento de whisky, cerveza y Casillero del Diablo. Pese a ello las normas en un buque de la Armada son estrictas y el comandante, antes de iniciar la travesía, nos explica las normas en una charla de seguridad previa al viaje. En ella nos advierte que no podremos emborracharnos a bordo, sobre todo antes de bajar a tierra a trabajar. Según sus palabras si descubre restos de alcohol en nuestro aliento no nos dejará desembarcar. Tampoco está permitido llevar alcohol en los camarotes sin su permiso. En este punto los búlgaros se miran nerviosos.
Para llegar hasta la Antártida desde Patagonia hay que cruzar antes el Canal de Drake, también llamado Mar de Hoces. Según aquellos que saben, gente curtida por el mar, con olor perenne a salitre y tez quemada por el reflejo del sol, es uno de los peores mares del mundo, con olas altas como castillos que curan de humildad al navegante más valiente. Creo que este es mi cruce número ocho o nueve y la posibilidad de pasarlo borracho se presenta como una de mis peores pesadillas. Ya hay que hacer demasiado esfuerzo para no marearse y vomitar todo lo ingerido como para buscar encima un mareo extra bebiendo pisco sour. Normalmente, una vez que comienza el cruce del Drake al abandonar el canal de Beagle y pasar a la altura del cabo de Hornos, el barco comienza su bailongo y los pasajeros desaparecen. Desde ahí hasta encontrar el refugio de las Shetland del Sur el viaje puede ser incómodo, un horror o una pesadilla. Lo habitual suele ser permanecer en la cama y mirar desde ahí el ojo de buey casi permanentemente por debajo del agua. Intentar leer, ver alguna película o asistir a alguien que está peor que tú y abastecerle continuamente de bolsas nuevas para el vómito. Cuando las cosas están muy mal, ni siquiera funciona la cocina. En esas ocasiones la puerta del camarote se abre a veces y alguien te lanza una manzana para masticar mientras sigues en posición horizontal, tratando de ingerir algo mientras ves un episodio de Juego de Tronos perdido en mitad del Océano. Y ahora nos dicen que no podemos emborracharnos, me encantaría que nos contasen sobre casos precedentes, con fotos y eso. En vez de ello la charla de bienvenida da paso a la misa. Misa con guitarras y canciones de la que, por no ser obligatoria, me escaqueo. Se largan amarras y el Aquiles comienza su navegación por los canales magallánicos, sobre una mar tranquila y un sol agonizante. Con cerca de doscientos pasajeros a bordo entre técnicos, científicos y dos adolescentes ganadoras de un concurso de dibujo cuyo premio consiste en esta travesía ente Punta Arenas y Puerto Williams, última población antes de lanzarnos al Océano abierto. Las ovacionamos con un aplauso que ellas reciben con seriedad de académico nonagenario. Y el buque continua su andadura con movimientos de ballena perezosa, internándose en los canales con tranquilidad y elegancia.