11
ene. 2015
2) Canal de Drake
Las cosas han vuelto a la normalidad respecto al año pasado, cuando los recortes que se hicieron en ciencia no permitieron al buque español Hespérides participar en la campaña antártica y ésta fue mucho más parca en duración y recursos. En aquella ocasión, para llegar hasta nuestras bases, hubimos de ser ayudados por la logística extranjera y, en mi caso, viajé hasta la base a bordo del buque Aquiles de la Armada chilena. Este año volvemos a estar abordo del Hespérides.
El barco fue botado en marzo de 1990 y es el buque insignia de la investigación oceanográfica española. De pequeño recuerdo las noticias en la televisión el día de su botadura y me parecía emocionante el barco y la gente que se embarcaba en lo que en ese momento estaba a la vanguardia de la ciencia y la tecnología en nuestro país. Recuerdo envidiar y soñar con esa vida de viajes y aventuras en los polos. Algo que no he podido dejar de hacer en todos estos años. Es curioso que más de veinte años después aquí me encuentre, en las entrañas del barco naranja, con todos estos científicos y militares a bordo, navegando las aguas más peligrosas del mundo. Si algo ha pasado en estos años, desde que soñaba con embarcarme en el Hespérides hasta ahora que formo parte de este curioso engranaje, es que todo me resulta mucho menos glamoroso, menos aventurero, pero mucho más cálido y claro, más cercano. Un puñado de gente normal que acude a la Antártida a trabajar, ya sea científico o técnico. De eso se trata simplemente. En contra de lo que pensaba lo maravilloso se produce en el trato con las personas y con las historias que de ahí surgen; el paisaje pese a ser único, ha pasado a un segundo plano. Es en la calidez humana donde la experiencia alcanza su punto álgido.
Ahora cruzo el Canal de Drake y el barco apenas se mueve. La navegación legendaria de este paso se convierte en monotonía y tedio cuando uno es simplemente transporte y, encerrado e inútil en su camarote y a través del ojo de buey, ve las olas pasar sin descanso y los petreles sobrevolarlas cercanos. El sueño se mezcla con la luz artificial del buque y el paso de las horas y del día sólo está marcado por el horario de las comidas. Al menos, al no moverse el barco, uno puede pasear por él y zascandilear por sus pasillos y salones.
En tres días llegaremos a la base Gabriel de Castilla en Isla Decepción. Luego pondremos rumbo hacia Isla Livingston donde se encuentra la base Juan Carlos I en la que trabajo. Hasta entonces me temo que toca vivir el sueño en su forma más literal: dormir, comer y leer en el camarote acompañado por el inquietante crujido del barco en su suave cabeceo.