25
ene. 2013
Hoy ha sido el último día de trabajo en el lago. A primera hora hemos subido todos ha realizar las últimas mediciones de esta campaña y a retirar el material de trabajo que dejamos en la zona. A falta de otro investigador he acompañado a un científico al interior del lago. Este todavía se encuentra congelado y caminamos sobre su superficie hasta una perforación realizada hace cerca de tres semanas. Para aproximarnos lo hacemos con trajes estancos de supervivencia pues entraña cierto riesgo al poderse romper el hielo y caer al agua. El deshielo, aunque tardío, ha llegado este año y las capas de hielo y nieve superficiales están ahora mismo sublimando y desapareciendo. También empleamos una barca hinchable como elemento de seguridad, como flotador al que asirnos en caso de necesidad. Con tiento nos desplazamos hasta el agujero y comenzamos a trabajar en él tumbados sobre el hielo. Al asomar la cabeza por la perforación se abre un mundo oscuro de luces raras, un mundo de brillos y de tonalidades como de otro planeta. Como siempre, el paisaje en apariencia vacío se construye si hay una persona que lo interprete. Al mirar hacia abajo, a través del oscuro butrón, se distinguen diferentes espesores de hielo bien diferenciados. Cada uno tiene un color y una textura distinta a la otra. En primer lugar una capa de nieve blanca se apoya sobre un hielo gris y lleno de burbujas. Esta capa corresponde con las recientes nevadas y el hielo sobre el que se asienta: es el hielo de transición. El blanco de la nieve aparece cortado a cuchillo, sobre el gris acuoso de la siguiente capa. El hielo de transición está salpicado de burbujas y su espesor es mayor que el de la capa superficial. Bajo él observamos el hielo negro. Treinta centímetros de hielo macizo, oscuro como el azabache. Es el hielo que da solidez a la superficie del lago y gracias a él, podemos caminar con seguridad. En aproximadamente treinta centímetros de espesor de hielo negro puede llegar a aterrizar un helicóptero. Pero este hielo sólo se encuentra en el interior del lago, en las orillas no tiene tanta solidez y son, por tanto, inseguras. Cuando nos desplazamos hacia la salida del lago, el sol se ha elevado sobre nuestras cabezas, tímidamente, y la temperatura ha subido. Al aproximarnos a las orillas el hielo de transición ya no resiste nuestro peso y se rompe bajo nuestros pies llegando a tocar la capa resistente. Abandonamos el lago un año más esperando retornar el año que viene. Hasta entonces quedará dormido bajo sus capas de hielo de las que este año, de momento, no ha salido liberado.