31
dic. 2012
Una isla grande y desierta. Helada, inhóspita y tapizada de hielo y nieve. Una isla en la Antártida alejada del continente por cientos de kilómetros. Separada de la ciudad más cercana por un Océano. Habitada por aves y algunos mamíferos marinos.
Una pequeña caleta con unas construcciones salidas del espacio. Unos módulos rojos enormes levantados con pilares sobre la nieve, con máquinas a su alrededor. Un puñado de gente compartiendo mesa. El sitio donde menos sensación de Navidad he tenido en mi vida. El día de Nochebuena comilona y borrachera, pero con botas de montaña y gorro calado hasta que el alcohol hace efecto. Luego a escuchar aventuras e historias de tormentas, naufragios, putas, barcos y peleas. Eso es lo que oyes cuando juntas a dos o más marineros gallegos juntos. Al final la sensación de estos días es la misma te encuentres donde te encuentres: metido en la cama con los langostinos en el cuerpo y lleno a reventar con borrachera incluida. Sales del pequeño comedor como quien lo hace de un afterhour, medio ebrio y guiñando los ojos por el resplandor del sol. La diferencia es que aquí es la una y media de la noche (el sol no se oculta) y que al salir del garito te vas a un contenedor a dormir. Al día siguiente la vida en la base continúa y con ella el trabajo de todos nosotros.