28
ene. 2014
Esto ya no es lo que era. ¿Con qué cara les cuento yo ahora a mis amigos lo duro que es cruzar el Canal de Drake en barco? ¿Dónde están esas tormentas y esas olas altas como edificios? ¿Dónde se esconde toda esa valentía cuando te encuentras en mitad del paso con un pisco sour en la mano bailándote una bachata? Recuerdo avistar las islas Shetland del Sur en la lejanía mientras un imitador profesional de Miguel Bosé cantaba Amante Bandido en el karaoke del Aquiles. He perdido todo el glamour que me ha costado cinco campañas crear en torno a mis conocidos. El Drake ya no será el mismo después de este cruce.
El bar del Aquiles tiene solera, la barra es de madera oscura decorada con motivos marineros como no podía ser de otra manera. Los vasos y copas de cristal penden de estantes horizontales y se balancean al ritmo del suave balanceo.
Un camarero al que aquí llaman mayordomo sirve sin parar cervezas, vinos y licores tras la hora de la cena. Y en el pequeño salón la sangre latina de sus tripulantes mueve más el barco que las tímidas olas sobre las que navegamos.
El mar como un plato y Paulina Rubio en los altavoces. De esa guisa nos aproximamos al continente. Me sorprende ver que hay gente que se ha vestido y preparado a conciencia para el karaoke de esta noche: gomina, collares, camisas; interpretaciones espectaculares maduradas tras horas de práctica en casa. Un par de tenientes se pasean por la sala con el micrófono en la mano buscando candidatos para cantar. Los españoles agachamos la cabeza como un avestruz o miramos para otro lado. Así, a ritmo de Shakira cruzamos la confluencia antártica alrededor de la medianoche.
El primer lugar donde fondeamos es la isla de Rey Jorge. Uno de los lugares con más actividad de la Antártida pues en él se concentran numerosas bases de diversos países. También es el sitio donde aterriza una avión contados días de verano cargado de científicos, técnicos y algún que otro turista. Es un lugar feo, un mal sitio para hacerte una idea de lo que es la Antártida, o al menos el archipiélago Shetland del Sur. Los residuos se acumulan a los lados de unas pistas por las que circula algún que otro vehículo. Un lugar más parecido a una refinería que a cualquier otra cosa.
Otra puerta de salida de la Antártida donde queda abandonado el material que no se desea cargar de vuelta. A él llegamos de noche y a la mañana siguiente el mar continúa calmo y luce el sol sobre un cielo de azul intenso. Frente a sus costas permanecemos todo el día fondeados y este puerto natural bulle de actividad. El rompehielos Biel entra en la bahía con sus cubiertas oxidadas y su helicóptero sobrevolando nervioso. Un hermoso velero se abarloa al Aquiles con intención de repostar combustible en este alejado mundo sin gasolineras. Nosotros nos paseamos por las cubiertas sin nada que hacer, apoyados en las barandillas viendo pasar el tiempo y contemplando la jugada como un jubilado observa una obra en la calle; esperando poner rumbo al próximo destino, la base O’Higgins, situada en la Península.